Historias Extraordinarias

El último film del director argentino, Mariano Llinás, se llama «Historias Extraordinarias«, y nunca a un film le quedó mejor el título.

Ganadora del BAFICI 2008, la décima entrega del mismo, con una duración de 4 horas, con dos intermedios de 10 minutos, se divide en tres partes, de una hora y media cada uno. Narra tres historias diferentes, que en ningún momento se cruzan, pero que las va intercalando a medida que la tensión, emoción, expectativa aumentan.

Una banda sonora impecable, una voz narradora que pasa de Daniel Hendler, a Veronica Llinás y a Minujín, relatando todos y cada uno de los episodios, mezclando con total virtuosismo el aspecto literario con el visual, para generar el tan propio efecto de ésta disciplina, que es el Hecho Audiovisual.

Nunca mejor lograda la conjunción para la creación del tercer sentido tan afamado por aquel montajista ruso que tanto supo enseñarnos. El film, con los personajes de X, Z y H (ya que no tienen más nombres que las iniciales), nos conduce por situaciones completamente inverosímiles, irreales incluso, pero que se dan con la naturalidad con que la vida misma se da. Por tanto, nada se fuerza, ni siquiera el diálogo que podría no pertenecerle.

Debo decir que, pese a una duración que muchos podrían calificar de exagerada, no hace más que enaltecer la magnánima creación de Mariano Llinás (quien no sólo guiona y dirige, sino que también protagoniza una de lashistorias).

No por nada es lo que es. Actualmente se exhibe en el MALBA, los domingos a las 18:30 hs. Recomendable, exageradamente recomendable…

Trailer del film

Y como plus, en función a mi gran apasionamiento por el film, les dejo lo que Mariano Llinás escribió al respecto de su trabajo. Algo que creo desnuda y viste mucho…

«He aquí, entonces, estas “Historias Extraordinarias”. Aquí van; poco es lo que puedo agregar a sus más de cuatro horas de caudaloso relato. He escrito el film, lo he dirigido, actúo en él; comentarlo públicamente acaso sea un exceso difícil de perdonar. Intentaré, entonces, atenuar en lo posible esa demasía.
Como es sabido, el Siglo XX ha sido testigo de un fenómeno extraño: Por primera vez, la idea de narración se ha visto divorciada de la idea de argumento. Contar algo ya no fue, necesariamente, contar una historia; el primitivo impulso de narrar se vio liberado definitivamente de ser una infantil serie de avatares y asombros y asumió como terreno de acción el Universo entero, aún en sus rincones menos memorables: Las distracciones, los olvidos, los equívocos, los lugares vacíos, los momentos en los que no pasa nada hicieron su fulgurante y orgulloso ingreso a la literatura y al cine. El argumento (que antes fuera la condición de posibilidad de todo relato) fue visto entonces como una veleidad de otros tiempos, como una mera coquetería ornamental. ¿Qué lugar ocupa entonces, en ese panorama escéptico, nuestra populosa novela cinematográfica? ¿Qué vienen a hacer a este viejo y cansado mundo sus ingenios y vericuetos argumentales ?¿Para qué? Pues bien: Nuestro propósito, nuestro desmesurado propósito ha sido experimentar con los viejos dioses olvidados de la aventura y la intriga y, de algún modo, volverlos a la vida. ¿Es posible, aún en nuestros tiempos, desenterrar las grandes ficciones sin por eso ejecutar una acción nostálgica o anacrónica, un triste baile de máscaras decimonónico? Ese interrogante (que aún no me siento capaz de responder) ha sido lo que ha dado aliento al film. En el poema que sirve de prólogo a “Treasure island”, el mismo Stevenson se pregunta si aún son posibles las grandes historias de aventuras, si aún es posible para él ser lo que fueron los ignotos Ballantine, Kingoston o Cooper sin caer en el ridículo o la indiferencia. Pues bien, diremos nosotros, ¿Es posible, en estos borrascosos días, ser Stevenson?
Dos afanes rigen, según creo, el curso de estas historias: La felicidad de los viajes, la felicidad de narrar. Hemos evitado, según creo, la fácil tentación de plantear ambas actividades como análogas. Quien las haya ejercitado sabe bien que son muy diferentes, y que una cosa es la quieta y cerebral elaboración de tramas y de historias y otra la feliz serie de incomodidades que comporta el hecho de viajar, de dejarse llevar cada vez más lejos por las ciudades y los caminos. Stevenson (otra vez Stevenson) ha escrito “ Con la lámpara encendida, junto al fuego que ríe, en el deshilachado atlas sigo recorriendo caminos interminables”. En efecto, el hombre de letras que, desde la tranquilidad de su mesa de trabajo sueña con distancias y tierras lejanas, y las comunica a otros muchos hombres igualmente sedentarios constituye una de las paradojas más felices de la literatura. Puedo decir, con orgullo no exento de vanidad, que esa paradoja no ha sido nuestra, que quienes hicimos este film hemos viajado, que los “caminos interminables” de la Provincia de Buenos Aires han sabido con insistencia de nosotros, y que los hemos recorrido de un lado a otro felices y apasionados, como buenos marineros. Viajar no ha sido para nosotros un hecho psicológico sino eufóricamente físico. Una palabra inglesa (esas palabras de las que el castellano nunca ha sido capaz) define, según creo, el espíritu que ha gobernado la ejecución de este film: Wanderlust, la lujuria del vagabundeo, la avidez por el movimiento y la deriva. Esa ha sido nuestra única bandera: Demostrar y demostrarnos que la aventura y el riesgo son todavía territorios posibles para el cine. Que un film puede ser hecho en las rutas, y que ese infinito laberinto de rutas puede constituírlo.

Cuando yo era niño, mis fines de semana y mis vacaciones, mis lecturas de “Las mil y una noches”, de Doyle y de Verne, transcurrían en las afueras de un pueblo de campo. Mientras los libros me hablaban de Londres, de los de los mares de la China y los desiertos de Arabia, la realidad me imponía la melancólica y cotidiana llanura. Sé que de esa desavenencia nace hoy este film, pero me gusta pensar que es el dulce paisaje bonaerense el que acaba por imponerse. Que, si bien lo pueblan hechos maravillosos, misterios, inundaciones, incendios y fieras salvajes, esas excepciones pesan menos que cada uno de sus paradores desérticos, que sus rutas provinciales, que la música de las radios de pueblo, de los molinos, de los palomares y las casuarinas. A ese paisaje es que está consagrado el film, y creo hablar por mis compañeros al decir que ese es ya, y de ahora en más, nuestro paisaje. A ese repetido y hospitalario universo es a quien ahora, en nombre de todos, homenajeo, saludo y agradezco. ¡Salud, Mundo Universo! ¡Siempre de viaje!

Mariano Llinás
Septiembre del 2008»


Sé el primero en comentar

Deja tu comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*

*

  1. Responsable de los datos: Miguel Ángel Gatón
  2. Finalidad de los datos: Controlar el SPAM, gestión de comentarios.
  3. Legitimación: Tu consentimiento
  4. Comunicación de los datos: No se comunicarán los datos a terceros salvo por obligación legal.
  5. Almacenamiento de los datos: Base de datos alojada en Occentus Networks (UE)
  6. Derechos: En cualquier momento puedes limitar, recuperar y borrar tu información.